Emilia se cansó de esperarlo… Le juró una y mil veces que llegaría, que no temiera. Juntos harían realidad los sueños de los que tanto hablaron desde la distancia. Juntos limarían las diferencias que a veces eran culpables de las disputas. Juntos programarían el futuro incierto que querían firme.
Emilia al inicio fue muy incrédula. No creía en sus palabras ni halagos, en los trucos de encanto, pero poco a poco lo fue conociendo – bueno creyó conocerlo- y fue cediendo espacio al sentimiento. Los contrastes se fueron fundiendo en un solo color y aunque a veces se escapa un destello de gris, enseguida era pintado por una disculpa convincente.
¿Quién podría decirle que las historias rosas no existen? ¿Quién podía ofender su “inteligencia romántica” diciéndole que no creyera en sus sinceras palabras? ¿Quién se atrevía a disfrazar de villano a un ser casi puro, solo lacerado por unos insignificantes defectos? Al final, todos tenemos defectos.
Ella quería ser premiada por ese sentimiento del que todos hablaban y que desconocía, por eso esta vez creyó como una niña cuando sus padres le mienten sobre la existencia de los Reyes Magos y la procedencia de los regalos.
Emilia sentía que en ella crecía una cosa extraña, inexplicable y simplemente se dejó llevar. Era como estar flotando sobre el vals Danubio Azul que tanto le gusta, era como estar en las nubes y hallar el suelo insignificante, diminuto.
Por eso Emilia se aferró a su promesa y esperó pacientemente, estaba segura que no le fallaría, que la iría a buscar, que vivirían mucho juntos y que la felicidad se hallaba casi en la palma de su mano.
Por eso Emilia se sorprendió cuando pasó el tiempo y no apareció. No podía encontrar explicación coherente a semejante desdicha. Se sentía culpable de creer en sus palabras, promesas, proyectos…
Ya no figuraba entre las afortunadas escogidas por el destino. Ahora todo le parecía incierto, lúgubre, triste, desencantado. Ahora solo sentía la crueldad y la maldad con que jugó con ella. No le cabía la menor duda que fue solo una marioneta.
Pero Emilia no siente rabia, ni odio, porque a pesar de todo su corazón le pertenece, por eso se conforma en estos días en esperar a que Cupido recapacite y vuelva a ser para ella el galán, con otro disfraz, que le devuelva la esperanza.